El Triunfo Cultural de la Dictadura.



(Por Francisco Tomás González Cabañas).- Un joven desaparecido, secuestrado, privado de su libertad. La sociedad de la cuál es miembro, reacciona con indiferencia, incluso con cierto desdén, bajo latiguillos “por algo será”, “su familia no era precisamente un ejemplo de rectitud”.

 

El Estado, si bien no formó parte activa del proceso de secuestro, es responsable por omisión, no lo pueden encontrar, no lo pueden localizar, si bien no hay terrorismo de Estado, sí existe una flagrante ineptitud Estatal.
Esta es la prueba fehaciente que por más museos de la memoria, derogaciones de leyes y pedidos de nulidad de indultos, la sangre derramada por las víctimas del proceso de reorganización nacional aún no ha sido procesado positivamente por la sociedad.

Se equivocan los familiares y camaradas o compañeros que hoy rinden homenajes a los muertos, cuando utilizan los cadáveres torturados y vejados para señalar un resentimiento con la vida, o en el peor de los casos, para lograr un negocio político o mediático.

Sería utópico unificar los deseos y las convicciones políticas y sociales, de cada uno de los desaparecidos, precisamente dejaron sus vidas, para que nunca más se viviera en un país en el cuál pesen más las opiniones, pensamientos, acciones y condiciones, que el sujeto en sí. Dentro de ese grupo de desaparecidos, habrán existido comunistas, peronistas, fascistas, homosexuales, misóginos, asesinos, nobles, eméritos, locos, proxenetas, estudiantes y todo lo que se pueda agregar. Lo único cierto es que no debían vivir lo que vivieron. Lamentablemente murieron, y por su memoria y por nuestro futuro el mejor homenaje que le podemos rendir es no permitir que más allá del sistema político imperante, y muchísimo más allá de los conductores de turno, algún conciudadano vuelva a vivir un símil de aquella tragedia.

Lamentablemente el joven desaparecido es correntino, y a la sociedad de su provincia le importa más su apellido que su condición de sujeto. Pese a que se recuerde hasta el hartazgo, parece que pocos tienen la lucidez de asociar que, los 30.000 desaparecidos fueron calificados por un sinnúmero de motes, pero nunca fueron considerados seres humanos. Cristian es tan sólo el hijo del vasco, para la sociedad de corrientes actual, esa calificación es análoga a ser revolucionario en los setenta.

Que lástima que tanta sangre derramada sólo sirva para crear un museo, que lástima que él mismo árbol nos siga tapando el bosque.

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